La alerta sanitaria derivada de la COVID-19 ha puesto en evidencia la importancia capital que tiene la ventilación en los edificios. Controlar los parámetros de temperatura interior, humedad relativa y concentración de CO2 es sinónimo de seguridad frente al virus.
Tal y como se ha manifestado desde el Ministerio de Sanidad, y es aceptado desde la comunidad científica, el método de transmisión por aerosoles es una de las principales vías de transmisión. Dichas partículas son expulsadas al hablar, respirar, gritar, toser o estornudar. A diferencia de las gotículas, que pueden llegar a una distancia de 1-2 metros antes de caer al suelo, los aerosoles se mantienen más tiempo suspendidos en el aire y llegan más lejos. Por ello es fundamental la renovación del aire interior por aire exterior, sobre todo en espacios cerrados donde pueda existir acumulación de personas.
Como indicador principal para garantizar una correcta calidad del aire interior se utiliza la concentración de CO2 en el ambiente. El aire exterior en zonas de baja contaminación se considera que contiene 440 ppm (partes por millón) de CO2. En ambientes interiores, nuestra normativa limita la concentración máxima en 900 ppm. A partir de dicha cantidad se considera que la calidad del aire es poco saludable, pasando al nivel de nociva a partir de 2500 ppm y de grave a partir de las 5000 ppm.
Para mantener la tasa de CO2 controlada se debe garantizar una correcta renovación del aire interior por aire exterior. Existen principalmente dos métodos:
En un hogar, en invierno, en una ola de frío, tener que abrir las ventanas para poder ventilar implica la entrada directa del aire exterior, lo que conlleva una disminución importante de la temperatura interior y afecta gravemente a la sensación de confort.
Del mismo modo, la humedad interior también se puede ver afectada, resecando el ambiente interior hasta puntos inadecuados. En cambio, con los sistemas de ventilación mecánica, sobre todo, si disponen de recuperación de calor, estos problemas desaparecen, y se puede garantizar una correcta calidad del aire interior sin afectar al confort térmico ni a la humedad ambiente.
Por tanto, las tres variables que afectan a la supervivencia del virus (renovación de aire, temperatura y humedad) deben estar equilibradas. Deberíamos ser capaces de dotar a nuestros edificios de envolventes térmicas e instalaciones que permitan mantener las temperaturas de confort todo el año (20 ºC en invierno y 25ºC en verano); que sean edificios transpirables donde la humedad relativa se mantenga dentro de los valores recomendados (entre el 40 y el 60%); y dónde la concentración de CO2 y COVs esté por debajo de los límites salubres (menor a 900 ppm).
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